Los mexicas la llamaban Mictecancuhtli, la diosa de la muerte, de la obcuridad. Para llegar a ella había que pasar por numerosos obstáculos, entre desiertos y colimas, vencer al cocodrilo Xochitonal así como a vientos de filosas piedras de obsidiana.
A Mictecancuhtli le encomendaban mixtecas y aztecas a sus muertos, pero también la invocaban para pedirle el poder de la muerte. Esta creencia prehispánica, que se ocultó por siglos en su propio templo de la antigua Tenochtitlan, resurgió hace unos 15 años conjuntamente con la violencia en el país y adoptó varios nombres: La Santa Muerte y la Niña, entro otros.
Las estatuas tenebrosas de la Santa Muerte se hacen en colores rojo, blanco, y negro (para el amor, la suerte, la protección). Las ofrendas incluyen flores, tequila, comida e incluso tabaco y marihuana.
En los últimos años se han multiplicado los centros de veneración, casas y templos improvisados y, sobre todo, el alto consumo de artículos relacionados con imágenes, fetiches y representaciones que se venden en mercados populares, como el San Benito de esta ciudad.
Entre los 2 millones de mexicanos que forman la base social de ese culto figuran personas de escasos recursos económicos, narcotraficantes, ambulantes, taxistas, vendedores de productos pirata, niños de la calle, prostitutas, carteristas y bandas delictivas tienen una característica común: no son muy religiosos, pero tampoco ateos.
Muchos otros grupos delictivos, como la Mara Salvatrucha, se han refugiado en la Santa Muerte, imagen que los representa y protege porque es una deidad funcional, acorde con sus actividades, ya que violencia, vida y muerte están estrechamente unidas.
La detención de Daniel Arizmendi López, el mochaorejas, en 1998, permitió al público penetrar un mundo de rituales oscuros y violentos conocido solamente por los devotos: el secuestrador mantenía en su guarida un altar a la Santa Muerte.
De esta forma, el culto a la Santa Muerte quedó asociado en el imaginario colectivo con acciones criminales de la peor calaña. Los ejemplos abundan:
En abril de 2001, fue detenido Gilberto García Mena, uno de los jefes del Cártel del Golfo. “En su mansión”, en Tamaulipas, tenía una choza que funcionaba como capilla de la Santa Muerte, un esqueleto al que se invoca, reza y rodea de veladoras en busca de poder y protección”.
Por el tipo de milagro solicitado (protección contra agresiones, éxito en el robo, el deceso de un enemigo o amores imposibles) a ella se acogen “los que no le pueden pedir favores a otros santos”.
Hace diez años, en Tepito sólo habían dos templos y ahora hay más de 20 que funcionan con “una estructura de obispos, arzobispos y curas”,.
En el caso de los narcotraficantes, delincuentes, ex convictos y secuestradores, que son sus principales seguidores, es porque le piden al "maligno" que los ayude en sus ilícitos, situación que Dios no permitiría.
El 1 de noviembre pasado, en Pedro Escobedo, Querrero, Milton de Jesús y Rosa María fueron declarados marido y mujer ante la imagen de la niña blanca, también conocida como la santa muerte. Ellos se convirtieron en los primeros esposos en México que se unen en matrimonio en una de las capillas dedicadas a la santa muerte.
Los yucatecos, al parecer cada día en mayor número, prestan oídos a esa creencia. En días pasados tres mujeres dejaron en una bolsa en la iglesia de Progreso tres imágenes de la Santa Muerte y, apenas ayer, personal de la Policía descubrió en la casa de playa de un presunto cobanos radicado en Chelem, imágenes y altares de la Santa Muerte y algunos objetos que lo relacionan con la santería.
Ante esas inobjetables manifestaciones, el culto a la Santa Muerte es ya un fenómeno social que debe ser estudiado con seriedad. Incluso, nos atrevemos a sugerir, como medida preventiva ante esta violencia generalizada que estamos viviendo en Yucatán.